Hay partidos que marcan una época. Hay finales que definen carreras. Y después está esa final: la final. Madrid, diciembre de 2018. River y Boca, cara a cara, en una final de Copa Libertadores que nadie imaginó… y que nadie olvidará.
Boca había soñado con ese Mundial de Clubes. El equipo de Guillermo, con nombres pesados como Benedetto, Pavón, Gago, Tévez, había construido un camino sólido hasta llegar a esa final histórica. Pero el destino —o mejor dicho, River— tenía otros planes.
El partido de ida en La Bombonera terminó 2 a 2. Y la vuelta, que debía jugarse en el Monumental, fue postergada por incidentes fuera del estadio. Finalmente, por decisión de la CONMEBOL, se trasladó a Madrid. Un desenlace insólito para una saga ya dramática de por sí.
En el Santiago Bernabéu, River dio el golpe. Ganó 3 a 1 en tiempo suplementario, y de un plumazo no solo le arrebató la gloria eterna al Xeneize, sino que también lo dejó sin boleto al Mundial de Clubes. Boca, que estuvo tan cerca de tocar el cielo, terminó masticando bronca.
Para los hinchas del Xeneize, fue más que una derrota deportiva: fue una sensación de traición del destino. Una final que debió jugarse en casa, en Sudamérica, y que terminó en un terreno neutral, lejos de la mística que define el fútbol de estas tierras. River, con su victoria, no solo alzó la copa, sino que saboteó, sin querer queriendo, los planes de su rival eterno.
Hoy, el recuerdo sigue vivo. La herida, también. Fue una final que quedará grabada a fuego, no solo por el resultado, sino por todo lo que significó. Una historia que aún se cuenta en cada sobremesa futbolera, en cada charla de café entre hinchas. Porque cuando el rival de toda la vida te deja afuera del Mundial, no se olvida nunca más.